La fiscalidad del mundo audiovisual, un encaje de bolillos

No hace mucho, cenando con un conocido director de cine, debatíamos sobre la dificultad que la industria tiene para obtener financiación pública o privada a proyectos que no fueran a priori considerados como de alto potencial de éxito y cómo ello suponía una merma importante a la capacidad creativa de figuras emergentes o ideas no tan marcadamente comerciales.

Saltando de un fleco a otro, con la intención de hilvanar un tejido de difícil manejo como es el de aunar voluntades con hechos, aterrizamos sobre el sistema de deducciones fiscales actualmente vigentes para la producción de obras audiovisuales.

Se trata de un mecanismo que de forma bastante eficiente ha conseguido que dos grandes vertientes económicas antagónicas se hayan puesto de acuerdo, por distintas vías, para la consecución de un único objetivo: el mantenimiento y desarrollo de una actividad, como es la cultural, que califica también (o debería calificar a mi entender) para el ranquing de calidad de un país.

Así, mientras la visión más liberal toma como uno de sus cimientos que lo público intervenga lo mínimo posible en el desarrollo del mercado, con independencia del sector que se trate, y que sea éste mismo el que determine su viabilidad empírica material, la visión más intervencionista aboga por una mayor presencia de lo público en ese desarrollo económico, fomentando con el esfuerzo solidario de todos los contribuyentes determinadas actividades consideradas como, digamos, estratégicas.

Estos dos polos opuestos convergen, eso sí, en este caso, en la necesidad de contar con una industria cultural poderosa y robusta, no solo ya por consideraciones humanistas, sino por el potencial de arrastre económico que la misma puede tener en otros sectores. Aquí siempre me viene a la cabeza el ejemplo de Corea del Sur, donde esta industria ha pasado de una relativa marginalidad a situarse en lo más alto en solo una década con películas ganadoras de Oscar (Parásitos), series que medio mundo ha aclamado (El juego del calamar) o auténticos fenómenos musicales de masas (K-Pop).

Y ocurre el milagro. La voluntad última de un objetivo común a pesar de la enorme distancia de la divergencia ha permitido que, sin forzar excesivamente las costuras ideológicas, se haya ideado un sistema por el que los réditos que obtiene cada uno de los actores implicados supere con creces la eventual erosión intelectual de las cesiones que han tenido que aceptar.

La idea es sencilla y a la par tremendamente efectiva. Se traspasa al sector privado, el propio mercado, la responsabilidad última de tomar la libre decisión de apoyar las producciones audiovisuales con sello español a cambio, eso sí, de un magnifico trato financiero-tributario que le permite optimizar económicamente la decisión tomada.

Esa inversión, estructurada a través de una Agrupación de Interés Económico, caracterizada por ser una entidad de atribución de rentas, permite atribuir al partícipe (el inversor) el resultado del proyecto, positivo o negativo, así como una deducción adicional en su imposición vinculada, y ahí reside el verdadero incentivo, no ya al importe contribuido sino al coste de producción de la actividad, digamos, financiada.

Así, el intervencionismo activa un mecanismo de apoyo a ese sector a pesar, y esta la cesión, de un eventual menor ingreso tributario, si bien a través del mismo no altera la estructura de su Presupuesto de gasto.

El sector financiero observa una menor responsabilidad desde una perspectiva de riesgo para facilitar el crédito a ese proyecto, puesto que parte del mismo se ha financiado con recursos ajenos al banco.

Los partidarios del liberalismo permiten que Adam Smith siga reposando sin demasiados sobresaltos puesto que, a pesar de un sutil intervencionismo indirecto, de facto no hay partida presupuestaria de gasto y ello, además, les brinda la oportunidad de demostrar que una menor presión fiscal (por la propia deducción fiscal) impulsa a medio plazo el crecimiento económico.

El sector privado, el mercado vaya, ve cumplido un doble objetivo de enorme alcance como es, por un lado, manifestar y materializar su voluntad de retornar a la sociedad una parte de lo que la misma le ha entregado, muy loable en estos polarizados momentos que vivimos, y por otro, hacer posible que esas iniciativas de carácter social no perjudiquen las expectativas de retorno al que todo negocio mercantil debe aspirar y, si es posible, obtener.

Y finalmente, el gran beneficiado, el mundo audiovisual, puede desarrollar sin tanta apretura su actividad con el objetivo de escalar nuestra posición en ese deseado estatus de país de calidad

Un encaje de bolillos que ha satisfecho múltiples voluntades que a priori parecían irreconciliables. Mi contertulio y yo nos sonreímos, con aquella sensación de haber contribuido dialécticamente a algo de provecho, brindamos deseando que en nuestro país hubiera muchos más ejemplos de colaboración entre lo público y lo privado y atacamos los postres.

Autor: Mariano Roca López, socio del área fiscal de ETL GLOBAL

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